Llueve en Buenos Aires,
las cenizas de este cielo color plata,
se intercambian
con las luces tornasoles de las calles,
y la lluvia,
golpeteando las ventanas,
nos sacude la modorra y nos inventa
una canción para los dos.
Llueve en Buenos Aires,
y en el alma
un bandoneón gime despacio,
entonando suavemente un viejo tango,
que acompaña,
con timbales bulliciosos y guitarras,
acercando a mi memoria,
aquel baile sugerente
que recuerda mi niñez.
Llueve en Buenos Aires,
y se visten los suburbios de matices,
peatonales
con paraguas de colores,
y vidrieras luminosas por doquier,
donde un pibe canillita
con su fajo de papel entre los brazos,
vende diarios a los gritos,
canturreando una canción.
Llueve en Buenos Aires,
Llueve en Buenos Aires,
y una estrofa tarareada
por un langa,
me recuerda la milonga
que una orquesta,
de barquitos de papel color naranja,
me tocaba
en un trinar de notas cortas
junto al banco de la esquina del café.