miércoles, 18 de marzo de 2009

La ciudad como cámara de gas: Eduardo Galeano

"Un campesino vale menos que una vaca y más que una gallina, me informaron en Caaguazú, en el Paraguay. Y en el nordesde del Brasil: Quien planta no tiene tierra, quien tiene tierra no planta.
Nuestros campos se vacían, las ciudades latinoamericanas se hacen infiernos grandes como países. La ciudad de México crece a un ritmo de medio millón de personas y treinta kilómetros por año: ya tien cinco veces más habitantes que toda Noruega. De aquí a poco, al fin de siglo, la capital de México y la ciudad brasileña de San Pablo serán las ciudades mayores del mundo.
Las ciudades del Sur del planeta son como las grandes ciudades del Norte, pero vistas en un espejo deformante. La modernización copiona multiplica los defectos del modelo. Las capitales latinoamericanas, estrepitosas, saturadas de humo, no tienen carriles para bicicletas ni filtros de gases tóxicos.
El aire limpio y el silencio son artículos tan raros y tan caros que sólo los ricos más ricos pueden comprarlos.
En Brasil, la Volkswagen y la Ford fabrican automóviles sin filtros para vender en Brasil y en los demás países del Tercer Mundo.
En cambio, esas mismas filiales brasileñas de Volkswagen y Ford producen automóviles con filtros (convertidores catalíticos) para vender en el Primer Mundo. La Argentina produce gasolina sin plomo para la exportación. Para el mercado interno, en cambio, produce gasolina venenosa. En toda América Latina, los automóviles tienen la libertad de vomitar plomo por los caños de escape. Desde el punto de vista de los automóviles, el plomo eleva el octanaje y aumenta la tasa de ganancia. Desde el punto de vista de las personas, el plomo daña el cerebro y el sistema nervioso. Los automóviles, dueños de las ciudades, no escuchan a los intrusos.
Año 2000, recuerdos del futuro: gente con máscaras de oxígeno, pájaros que tosen en vez de cantar, árboles que se niegan a crecer.
Actualmente, en la ciudad de México, se ven carteles que dicen: Se ruega no molestar los muros y Favor de no azotar la puerta. Todavía no hay un cartel: Se recomienda no respirar, pero algo parecido están sugiriendo ya, las advertencias oficiales a la salud pública. Los automóviles y las fábricas regalan a la atmósfera, cada día, once mil toneladas de gases y humos enemigos. Hay una niebla de mugre en el aire, los niños nacen con plomo en la sangre y en más de una ocasión han llovido pájaros muertos sobre la ciudad que era, en tiempos, no tan lejanos, la región más transparente del aire. Ahora el cóctel de monóxido de carbono, bióxido de azufre y óxido de nitrógeno llega a ser tres veces superior al máximo tolerable para los seres humanos. ¿Cuál será el máximo tolerable para los seres urbanos?
Cinco millones de automóviles: la ciudad de San Pablo ha sido definida como un enfermo en vísperas del infarto. Una nube de gases la enmascara. Sólo los domingos se puede ver, desde las afueras, a la ciudad más desarrollada del Brasil. En las avenidas del centro, los carteles luminosos advierten cada día a la población:
CALIDAD DE AIRE: RUIN
Según las estaciones medidoras, el aire estuvo sucio o muy sucio durante 323 días del año 1986.
En junio de 1989, Santiago de Chile disutó con las ciudades de México y San Pablo, en unos días sin lluvia ni viento, el campeonato mundial de contaminación. El cerro San Cristóbal, en pleno centro de Santiago, no se veía, oculto tras una máscara de smog. El naciente gobierno democrático de Chile impuso algunas mínimas medidas contra las ochocientas toneladas de gases que cada día se incorporan al aire de la ciudad. Entonces los automóviles y las fábricas pusieron el grito en el cielo: esas limitaciones violaban la libertad de empresa y lastimaban el derecho de propiedad. La libertad del dinero, que desprecia la libertad de los demás, había sido ilimitada durante la dictadura del general Pinochet, y había hecho una valiosa contribución al envenenamiento general. El derecho de contaminar es un incentivo fundamental para la inversión extranjera, casi tan importante como el derecho de pagar salarios enanos. Y al fin y al cabo, el general Pinochet nunca había negado a los chilenos el derecho de respirar mierda."
De Úselo y tírelo El mundo visto desde una ecología latinoamericana de Eduardo Galeano

lunes, 16 de marzo de 2009

El "costo social" del Progreso: Eduardo Galeano

Febrero de 1989, Caracas. Sube a las nubes, de golpe, el precio del boleto, se multiplica por tres el precio del pan y estalla la furia popular: en las calles quedan tendidos trescientos muertos, o quinientos, o quién sabe.
Fwebrero de 1991, Lima. La peste de cólera ataca las costas del Perú, se ensaña sobre el puerto de Chimbote y los suburbios miserables de la ciudad de Lima y mata a cien pocos días. En los hospitales no hay suero ni sal. El ajuste económico del gobierno ha desmantelado lo poco que quedaba de la salud pública y ha duplicado, en un santiamén, la cantidad de peruanos en estado de pobreza crítica, que ganan por debajo del salario mínimo. El salario mínimo es de 45 dólares por mes.
Las guerras de ahora, guerras electrónicas, ocurren en pantallas de videogames. Las víctimas no se oyen ni se ven. La economía de laboratorio tampoco escucha ni ve a los hambrientos, ni a la tierra arrasada. Las armas de control remoto matan sin remordimientos. La tecnocracia internacional, que impone al Tercer Mundo sus programas de desarrollo y sus planes de ajuste, también asesina desde afuera y desde lejos.
Hace ya más de un cuarto de siglo que América Latina viene desmantelando los débilesdiques opuestos a la prepotencia del dinero.
Los banqueros acreedores han bombardeado esas defensas, con las certeras armas de la extorsión, y los militares o políticos gobernantes han ayudado a derrumbarlas, dinamitándolas por dentro. Así van cayendo, una tras otra, las barreras de protección alzadas, en otros tiempos, desde el Estado. Y ahora el Estado está vendiendo las empresas públicas nacionales a cambio de nada, o peor que nada, porque el que vende, paga. Nuestros países entregan las llaves y todo lo demás a los monopolios internacionales, ahora llamados factores de formación de precios, y se convierten en mercados libres. La tecnocracia internacional, que nos enseña a dar inyecciones en patas de palo, dice que el mercado libre es el talismán de la riqueza. ¿Por qué será que los países ricos, que lo predican, no lo practican? El mercado libre, humilladero de los débiles, es el más exitoso producto de exportación de los fuertes. Se fabrica para consumo de los países pobres. Ningún país rico lo ha usado jamás.
Talismán de la riqueza, ¿para cuántos? Datos oficiales de Uruguay y Costa Rica, los países donde menos ardían, antes, las contradicciones sociales: ahora uno de cada seis uruguayos vive en extrema pobreza, y son pobres dos de cada cinco familias costarricenses.
El dudoso matrimonio de la oferta y la demanda, en un mercado libre que sirve al despotismo de los poderosos, castiga a los pobres y genera una economía de especulación. Se desalienta la producción, se desprestigia el trabajo, se diviniza el consumo. Se contemplan las pizarras de las casas de cambio como si fueran pantallas de cine, se habla del dólar como si fuera persona:
_¿Y cómo está el dólar?
La tragedia se repite como farsa. Desde los tiempos de Cristóbal Colón, América Latina ha sufrido como tragedia propia el desarrollo capitalista ajeno. Ahora lo repite como farsa. Es la caricatura del desarrollo: un enano que simula ser niño.
La tecnocracia ve números y no ve personas, pero sólo ve los números que le conviene mirar. Al cabo de este largo cuarto de siglo, se celebran algunos éxitos de la modernización.
El milagro boliviano, pongamos por caso, cumplido por obra y gracia de los capitales del narcotráfico: el ciclo del estaño se acabó, y con la caída del estaño se vinieron abajo los centros mineros y los sindicatos obreros más peleones de Bolivia: ahora el pueblo de Llallagua, que no tiene agua potable, cuenta con una antena parabólica de televisión en lo alto del cerro del Calvario. O el milagro chileno, debido a la varita mágica del general Pinochet, exitoso producto que se está vendiendo, en pócimas, en los países del Este. Pero, ¿cuál es el precio del milagro chileno? ¿Y quiénes son los chilenos que lo han pagado y lo pagan?
¿Quiénes serán los polacos y los checos y los húngaros que lo pagarán? En Chile, las estadísticas oficiales proclaman la multiplicación de los panes y a la vez confiesan la multiplicación de los hambrientos. Canta victoria el gallo. Este cacareo es sospechoso. ¿No se le habrá subido el fracaso a la cabeza? En 1970, había un 20 por ciento de chilenos pobres. Veinte años después, hay un 45 por ciento.
Las cifras confiesan, pero no se arrepienten. Al fin y al cabo, la dignidad humana depende del cálculo de costos y beneficios, y el sacrificio del pobrerío no es más que el costos social del Progreso.
¿Cuál sería el valor de ese costo social, si pudiera medirse? A fines de 1990, la revista Stern hizo una cuidados estimación de los daños producidos por el desarrollo en la Alemania actual. La revista evaluó, en términos económicos, los perjuicios humanos y materiales derivados de los accidentes de autos, los congestionamientos de tránsito, la contaminación del aire, del agua y de los alimentos, el deterioro de los espacios verdes y otros factores, y llegó a la conclusión de que el valor de los daños equivale a la cuarta parte de todo el producto nacional de la economía alemana. La multiplicación de la miseria no figuraba, obviamente, entre esos daños, porque hace ya unos cuantos siglos que Europa alimenta su riqueza con la pobreza ajena, pero sería interesante saber hasta dónde podría llegar una evaluación semejante, si se aplicara a las catástrofes de la modernización en América Latina. Y hay que tener en cuenta que en Alemania el Estado controla y limita, hasta cierto punto, los efectos nocivos del sistema sobre las prsonas y el medio ambiente. ¿Cuál sería la evaluación del daño en países como los nuestros, que se han creído el cuento del mercado libre y dejan que el dinero se mueva como tigre suelto? ¿El daño que nos hace, y nos hará, un sistema que nos aturde de necesidades artificiales para que olvidemos nuestras necesidades reales? ¿Hasta dónde podría medirse? ¿Pueden medirse las mutilaciones del alma humana? ¿La multiplicación de la violencia, el envilecimiento de la vida cotidiana?
El Oeste vive la euforia del triunfo. Tras el derrumbamiento del Este, la coartada está servida: en el Este, era peor. ¿Era peor? Más bien, pienso, habría que preguntarse si era esencialmente diferente. Al Oeste: el sacrificio de la justicia, en nombre de la libertad, en los altares de la diosa Productividad. Al Este: el sacrificio de la libertad, en nombre de la justicia, en los altares de la diosa Productividad.
Al Sur, estamos todavía a tiempo de preguntarnos si esa diosa merece nuestras vidas.
De Ser como ellos y otros artículos de Eduardo Galeano
Fragmento publicado en Úselo y tíralo El mundo visto desde una ecología latinoamericana